Tinta y papel, la magia de las cartas en la era digital
Hoy, querido lector, me ha dado por ponerme un poco nostálgica. Eso si, con nostalgia de la buena, no de esa que te deja un poco de bajón, añorando tiempos pasados, no. Estaba organizando un cajón en casa, que el pobre llevaba más tiempo sin ver la luz que un vampiro, cuando de pronto me topé con un pequeño tesoro: Una carta de las de antes, escrita a pluma estilográfica y en papel que mi “Guiri personal e intransferible” me envió durante aquella pandemia que nos tuvo confinados en casa y sin poder viajar (en aquel entonces, todavía no compartíamos hogar). Y es que, en estos tiempos de correos electrónicos, mensajería instantánea e emojis, una carta en papel tiene algo mágico. Recibir un mensaje que no llega con un sonido de “ping” al móvil, si no con el crujir del sobre que abres cuidadosamente, casi como desvelando un secreto.


En absoluto estoy en contra de los mensajes digitales, que conste. Soy la primera que se comunica asiduamente por medio de ellos, que quizás utiliza el teléfono móvil (no sólo para llamar) con frecuencia y que disfruta de un buen meme como cualquiera. Pero seamos sinceros, un mensaje de “Feliz cumpleaños” con fuegos artificiales de emojis, aunque bien recibido y agradecido, no es lo mismo que una tarjeta escrita a mano, aunque la letra sea tan ilegible como la receta extendida por un médico.
Las cartas en papel, quizá precisamente porque han ido dando paso a la comunicación por otras vías, tienen algo especial. El ritual que supone escribirlas, eligiendo cuidadosamente el papel, buscando el bolígrafo (o pluma) perfecto y tomarte el tiempo de pensar lo que quieres decir. Nada de auto-corrector ni de mensajes apresurados. Sólo tú, tus pensamientos y la tinta que se va deslizando sobre el papel, creando las palabras que quieres transmitir. Si te equivocas, hay que empezar de nuevo, salvo que consigas convertir el borrón en una flor improvisada. Además, una carta lleva algo que los mensajes digitales muy rara vez llegan a tener: alma. Cada línea, cada tachón y hasta el papel arrugado cuentan una historia más allá de las palabras.
Y luego está el momento de recibirlas. Una carta no es como un WhatsApp que miras de reojo mientras estás haciendo otra cosa. No, una carta la abrimos con expectación, la leemos despacio y, quizá precisamente porque hoy en día ya recibimos muy pocas, la guardamos como un tesoro. A menudo incluso la releemos años después, como hoy hice yo y al hacerlo, nos podemos encontrar con palabras que tienen un nuevo significado, con detalles que habíamos olvidado y con todo el cariño que puso en sus palabras la persona que nos envió esa carta.

Encontrarme con ese sobre en un cajón me ha hecho pensar que, en plena era digital, las cartas en papel me recuerdan algo que no quiero perder: Lo tangible. Ahora todo es virtual, rápido y demasiadas veces efímero. Una carta en papel sin embargo es algo que puedes tocar, oler y guardarlo en un cajón para re-descubrirla más adelante, recordando que en el momento de escribirla alguien pensó en ti lo suficiente como para sentarse y dedicarte unas líneas de su puño y letra. Cada carta es única, irrepetible y, lo más importante, no se pueden reenviar con un simple clic,
Además, las cartas tienen un toque de inmortalidad. Un mensaje de texto desaparece en cuanto cambias de móvil (¡adiós, conversaciones enteras!), pero una carta puede quedarse en un cajón durante décadas, esperando el momento justo para ser redescubierta.
Así que, queridos lectores, os propongo algo. ¿Y si volvemos a escribir cartas? De esas que vienen en un sobre, con un sello pegado en una esquina y una caligrafía que, en algunos casos, parece un jeroglífico. Aunque sea una al año, para alguien especial. Quizá dentro de unos años, esa carta sea para alguien lo que hoy ha sido para mi la que re-descubrí en mi cajón: Un recordatorio de lo bonito que en esta vida acelerada puede ser el detenerse un momento para decirle a alguien, plasmado en papel, que lo pensamos y valoramos. Yo por mi parte, voy a buscar papel y bolígrafo para ponerme manos a la obra.

Desde la época de las cartas en papel y las felicitaciones navideñas por correo, han pasado muchos años, si bien, recibir una de estas te llenaba de satisfacción y alegría. Ahora, vivimos en la inmediatez y si no contestas un mensaje al momento, te pueden decir que es ghosting, hemos perdido muchas cosas, entre ellas los valores y nuestro percepción de las cosas, es nostalgia, puede ser.
¡Saludos y gracias!
Cierto es, Ric, que ha llovido mucho desde aquella época en la que lo normal era recibir las cartas en papel y en la que a veces esperábamos al cartero incluso con ansia. Quizá sea precisamente esta necesidad de inmediatez en la que vivimos ahora, lo que hace que (sin despreciar lo digital, ojo) sintamos cierta nostalgia positiva por aquellos momentos de rasgar el sobre con cuidado, escuchar crujir el papel y sentirlo entre los dedos al sacar la carta para leerla. De todos modos, si por atesorar aquellas cartas somos unos nostálgicos ¿Qué más da?
Un abrazo y muchas gracias, como siempre, por pasarte por mi blog.
¡Cuánta razón tienes! Recibir una carta escrita a mano es algo mágico. Yo también guardo cartas, cuando era pequeña me hacía amigas en vacaciones y a lo largo del año siguiente nos escribíamos. Hace poco las rescaté y me encantaron leerlas. Yo retomo escribir a mano cada Navidad, enviamos felicitaciones a nuestros familiares y amigos. Pero volver a escribir cartas creo que sería una idea maravillosa ❤️💌.
Me alegra comprobar que no soy la única que piensa así y atesora esas cartas escritas a mano y las relee con una sonrisa (quizá algo boba) de oreja a oreja. No es mala idea retomar, rescatar esa costumbre.