La magia del “dolce far niente”
Tras mi reciente escarceo con la inactividad de una pausa creativa, he vuelto a poder apreciar el santo y a menudo incomprendido arte de no hacer absolutamente nada. Ese estado que la sociedad en la que vivimos, con su implacable ritmo de “corre, corre, que llegas tarde” nos ha inculcado ver como el enemigo público número uno. Ese momento, un domingo por la tarde, en el que te sientas en el sofá, con la mirada perdida en el infinito dibujo de la alfombra, a escuchar el silencio y a dejar que la mente vague sin rumbo fijo. Entonces de repente asoma por la esquina esa vocecilla interior que nos empieza a taladrar “¿No deberías de estar haciendo algo útil?” “¡El fin de semana casi termina y no has hecho nada!”
Es en ese momento, ese en el que la vocecita nos atrapa, cuando nos sentimos culpables y en realidad no tenemos porque. Vivimos inmersos en una cultura que nos bombardea constantemente con la idea de que el tiempo es oro, que debemos de aprovecharlo y que cada segundo debe ser invertido en algo que produzca un resultado. Que si no llenamos cada minuto de tiempo libre “haciendo algo” es que lo estamos haciendo increíblemente mal. Tenemos que ser eficientes, optimizar el tiempo, cumplir metas. Y, ojo, no digo que ser productivo sea malo, en absoluto. Lo que si que me parece, cómo mínimo, menos bueno es esa presión constante por tener que “hacer algo”. Esa “presión” nos está robando algo muy valioso: La capacidad de simplemente “ser”, de decir “basta” a esa tiranía de la productividad, de declararnos fervientes defensores del “dolce far niente”, del glorioso concepto de “estar a la bartola”.
Paremos un momento a reflexionar. Esa actividad frenética ¿realmente nos lleva a algo? ¿Nos hace más felices? ¿No será que con esa obsesión de aprovechar el tiempo nos estamos perdiendo algo precioso y fundamental? Pues probablemente si que nos lo podemos estar perdiendo. En ese remolino de correos por contestar, de tareas que cumplir y objetivos por alcanzar, con demasiada facilidad podemos estar olvidándonos de la importancia de simplemente ser. De permitirnos un respiro, una pausa.

Si lo pensamos bien, darnos permiso para “no hacer nada” si es lo que necesitamos o lo que nos apetece en ese momento, se ha convertido en todo un arte, en un tesoro escondido. Porque ¿Que pasa cuando no hacemos nada productivo? Pues, entre otras cosas:
Desconectamos: Nos puede ayudar a dejar de lado el estrés, la ansiedad o la sobrecarga de información, permitiéndonos respirar.
Recargamos pilas: El cerebro también necesita sus periodos de descanso. El “no hacer nada” es ese momento de pausa que nos permite recargar energía.
Nos escuchamos a nosotros mismos: En la quietud, podemos llegar a escuchar a nuestra voz interior, conectar con nuestras emociones, con nuestros deseos y nuestras necesidades.
La creatividad florece: Muy a menudo, las ideas más brillantes surgen y fluyen cuando la mente esté relajada, sin la presión de buscar soluciones.
Redescubrimos el placer: Los placeres simples, esos que tan a menudo tendemos a olvidar en la vorágine del día a día. Placeres como disfrutar de un atardecer especialmente hermoso, saborear una taza de nuestra infusión favorita o leer ese libro que hace tiempo tenemos en nuestra mesilla de noche.
Ahora, que ya nos vamos haciendo a esa idea de que “no hacer nada” no es algo negativo ¿Cómo lo llevamos a cabo tras años y años de estar programados para “hacer” en todo momento? Aquí van algunas ideas:
Si aún te cuesta darte permiso para no hacer nada, al principio establece un tiempo determinado, corto para ir aumentando ese recreo tuyo personal.
Desconecta: Mientras estés en tu rato de “no hacer nada” intenta desconectarte del mundo. Apaga el móvil, la tele, el ordenador …
Encuentra tu “no hacer nada”: “No hacer nada” no tiene porque ser estar en modo planta y ya. Para cada uno de nosotros puede ser algo distinto. Meditar, pasear por la naturaleza, escuchar música, mirar por la ventana sin más … Lo más importante no es el “que” si no que te relaje y te permita conectar contigo mismo.
No te juzgues: Este quizá sea el punto más importante. Si tu mente empieza a dar vueltas y a pensar en todo lo que “deberías” estar haciendo, no le hagas caso, no te preocupes. Simplemente vuelve a centrarte en el presente que en ese momento estás disfrutando.
En definitiva, yo creo que hay momentos para conquistar el mundo y otros para simplemente permitir que el mundo gire sin ti. La clave está en pararte un momento, escuchar lo que sientes que necesitas sin sentirte culpable por ello. Si disfrutar de ese momentito de pausa es lo que te hace sonreír, simplemente hazlo. La próxima vez que sientas esa punzada de culpabilidad por estar “perdiendo el tiempo”, resiste la tentación de hacer algo “productivo”. Permítete simplemente estar y observa el mundo que te rodea, escucha los silencios, deja que tus pensamientos fluyan sin juzgarlos. Y si al principio te sientes un poco incómodo, como si estuvieras haciendo algo malo, persevera y al final empezarás a descubrir la belleza y el valor de esos momentos de quietud.
A fin de cuentas ¿quien decide que es “productivo” y qué no? ¿Acaso no es productivo para nuestra salud mental desconectar de la locura del estrés diario? ¿Acaso no es productivo para nuestra creatividad permitir que nuestra mente vague a su antojo? ¿Acaso no es productivo para nuestra felicidad disfrutar del momento, sin la presión de tener que estar haciendo algo útil?
Yo creo firmemente que si. Estoy convencida de que el arte de no hacer nada es una forma muy sabia y muy necesaria de utilizar, de invertir nuestro tiempo. Así que, la próxima vez que te pilles haciendo el vago en el sofá, ¡no te sientas culpable! Puede que en ese momento estés haciendo algo mucho más importante para tu equilibrio interior de lo que crees.
Y ahora, si me disculpáis, voy a seguir contemplando esa fascinante mota de polvo que baila en el rayo de sol y ¡a no hacer nada!

Flossy, qué gusto da leer algo así: claro, directo, sensato y tan bien contado que uno empieza a leer con la idea de “venga, un par de párrafos”… y cuando se quiere dar cuenta ya está aplaudiendo desde el sofá (en mi caso, desde mi cama, sin levantarse, eso sí, jaja).
Has clavado algo que muchos sentimos pero no siempre sabemos decir: que el “no hacer nada” es en realidad hacer mucho por uno mismo. Y que resistirse a la dictadura de la productividad es, a veces, más valiente que sacar una agenda repleta de tareas.
Me ha encantado el tono, los ejemplos y la forma en que desmontas esa culpa absurda que a veces arrastramos por simplemente vivir despacio.
Gracias por este manifiesto suave, pero firme.
Ahora, si me disculpas, voy a quedarme mirando el gotelé como si fuera arte abstracto… y sin remordimientos (aunque no creo que aguante mucho, pero no por ser productivo eh!)
¡Un abrazo, compañera!
Tarkion.
¡Que alegría verte por aquí, Tarkion! De verdad que me declaro fan, no sólo de tu blog, si no también de tus comentarios.
¿Qué mejor sitio, un domingo por la mañana, para ir de blog en blog y detenerte a leer esos post que ha conseguido engancharte, que desde la cama? Y oye, la verdad es que me alegra muchísimo que precisamente ésta reflexión mía sea una de las lecturas que lo haya conseguido y te haya hecho aplaudir (la verdad es que, conformo lo leo, estoy visualizando ese aplauso … no lo puedo remediar, jajaja)
No te creas que ese convencimiento de que «no hacer nada» NO es el anticristo que hay que combatir a toda costa, sea algo que ya me venía de fábrica. Hasta que no he estado en mi momento de ver la importancia que tiene que de vez en cuando nos permitamos simplemente «ser», yo era la primera que se sentía algo culpable en esos momentos. Peeero, por suerte ya he conseguido ver que me hace bien permitirme esos momentos.
Por supuesto que te disculpo, es una tarea importantísima esa, la de mirar el gotelé (tanto como la de observar esa mota de polvo danzando en el aire, bañada en la luz del sol) como si fuera arte abstracto.
¡Un abrazo enorme, compañero y muchísimas gracias!
Hola, Flossy, me has convencido y esta tarde no pienso hacer nada, solo leer, ¿eso es algo productivo? No sé, bueno, primero siesta y luego leer.
Totalmente cierto todo lo que dices.
Un abrazo. 🙂
¡Olé! ¡Olé! y ¡Olé! ¡Esa es mi Merche!
¡Por supuesto que leer como si no hubiera un mañana es productivo! Lo que nos hace bien a nuestra alma y nuestra mente es muy, pero que muy productivo. (¡He dicho!)
Gracias como siempre por asomarte y por ese comentario.
Un gran abrazo.