Susurros, estruendos y la batalla por el volumen perfecto
Con la llegada del fin de semana, no teniendo que salir a ningún recado y nuestras vacaciones todavía a más o menos un mes de distancia, mi guiri personal e intransferible y yo decidimos que que sería buena idea darnos el pequeño lujo de una buena sesión de plataforma de streaming para ver alguna película o serie que nos llamara la atención. Preparamos nuestro rincón preferido del sofá, algo de picoteo, alguna bebida fresquita y nos pusimos de acuerdo en que ver, para empezar a disfrutar de una tarde relajada. Pero, el único factor con el que no habíamos contado, es esa especie de “ritual” con el control de volumen del mando a distancia que los técnicos de sonido creen que como espectadores debemos de cumplir para poder disfrutar de esa película o esa serie que nos gusta.
Y es que parece que hay como una conspiración silenciosa (nunca mejor dicho) en el mundo del cine y las series. Cuando ya has encontrado la postura perfecta en el sofá y has empezado a sumergirte en la historia, ocurre. Llega una escena en la que hay un dialogo clave para poder comprender la trama, pero los protagonistas en ese momento empiezan a susurrar como si estuvieran compartiendo un secreto de estado que sólo ellos deben conocer. Te levantas del sofá y te acercas a la tele ¡nada! Te vuelves a sentar, mando en mano y mientras aún dudas de tu capacidad auditiva empiezas a subir el volumen un poquito, luego un poco más, llegas al 30, al 40, ¡casi al 60! y parece que puedes escuchar y entender el dialogo.
Así que, te relajas y vuelves a esa postura cómoda y perfecta en el sofá hasta que, de repente y sin previo aviso ¡Boom! Una escena dramática con golpe de efecto musical, una explosión, una batalla épica o un tiroteo, da igual, pero el sonido y volumen (que antes habías subido casi hasta el infinito) de esa escena te asaltan como si te encontraras en el centro de una explosión. Te sobresaltas, el corazón se te sale por la boca mientras buscas el puñetero mando para bajar el sonido, pero (sobre todo si es de noche) seguro que ya has despertado a medio vecindario antes de haber conseguido bajar el volumen del televisor al 20 o al 15, vamos, lo que se diría un volumen aceptable para una convivencia aceptable.
Pero claro, cuando vuelven los diálogos, ¡otra vez a subir! Y terminas entrando en un bucle interminable hasta el final de lo que estás viendo, que te hace preguntarte ¿sólo me pasa mi? ¿Soy la única a la que le gustaría entender la trama sin que me de un infarto cada vez que hay una escena más “dramática”? ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué este sube y baja constante entre “¿Qué ha dicho?” y “¡Por dios, baja eso antes de que se rompa algo!”

Según he leído por ahí (y si hay algún técnico de sonido en la sala, lo invito a corregirme o a arrojar algo de luz sobre esta incógnita), a menudo ese contraste tan extremo puede ser incluso intencional. Según dicen las malas lenguas, los responsables del diseño de sonido quieren “crear inmersión”, contrastes emocionales, momentos tensos o impactantes y la verdad es que con ese volumen, lo consiguen, mientras los diálogos parecen quedar relegados a segundo plano porque. También aportará su granito de arena a esto el hecho que, cuando se empieza a producir y grabar una película, se suele hacer pensando en su proyección en el cine, que obviamente unas posibilidades acústicas bastante mayores que el televisor que tenemos en casa. Pero, muy estimados señores productores, diseñadores y técnicos de sonido. ¡Aquí les dejo un pequeño spoiler! Los simples mortales que luego vemos esa producción suya en la plataforma de streaming de turno o cuando se emite por televisión, somos humanos, tenemos perros que ladran, vecinos que no disfrutan escuchando nuestros televisores a través de la pared y no solemos tener un sistema de sonido tan calibrados como los de una sala de cine en casa. ¡Simplemente nos gustaría saber que es lo que estaba diciendo el personaje antes de que todo explotara!
Aunque podemos intentar mitigar un poco esa montaña rusa sonora que oscila entre “diálogos que no se escuchan” y “explosiones que te dejan sordo”, ajustando la configuración de sonido de nuestro televisor o invirtiendo en un sistema de sonido (quien pueda permitírselo), me temo que probablemente a la mayoría no nos quede más remedio que aprender a convivir con ella. Tendremos que mantener el mando a distancia a mano y entrenar nuestro pulgar para encontrar el control del volumen a velocidad relámpago y sin ni siquiera mirar. Si todo falla, o simplemente no nos apetece estar subiendo y bajando volumen cada x minutos, pero queremos seguir la historia sin sobresaltos acústicos, siempre podemos activar los subtítulos para ayudarnos con esos diálogos susurrados.
Esperemos que la industria del cine (y de las series) algún día se apiade de nosotros y preste más atención a este tema. Mientras tanto tendremos que seguir luchando con el mando a distancia, recordar que no estamos solos en esta batalla e intentar mirarlo desde un punto de vista un tanto filosófico, reflexionando sobre la importancia del equilibrio. La vida y las películas tienen sus momentos calmados y sus momentos de gran intensidad. No dejemos que el exceso de volumen (o de drama, según el caso)nos haga perder la calma, ni que los susurros nos impidan disfrutar de los matices. Hay que tomárselo del mejor humor posible y recordar que en el fondo todo es parte del espectáculo.

