Sinceridad o maldad; Una delgada línea
Seguro que la mayoría de nosotros conocemos a alguna persona de las que van por la vida dando no sólo opiniones no solicitadas, si no que esas opiniones suelen venir de la mano de una total ausencia de tacto y de empatía. Ahora, como a alguien se le ocurra recriminarles precisamente ese comentario poco afortunado, suelen mirar a ese alguien como si hubiera dicho una autentica barbaridad, bufar levemente y responder con aire de superioridad cualquier frase hecha al estilo de “yo es que soy súper sincero, voy de frente”, jactándose de su comportamiento.
A ver, no me vaya a entender mal el querido lector, por supuesto que pienso que la sinceridad es una virtud importante y que además todos deberíamos afanarnos en cultivar, de eso no hay ninguna duda. Ahora, ¡ojo!, hay una linea muy fina, del grosor de un cabello mas o menos (o incluso menor) entre decir las cosas como son con tacto y ser un autentico cafre mal educado. Porque una cosa es la sinceridad usada con respeto y otra muy distinta es utilizar la “sinceridad brutal” como excusa para repartir impertinencias a diestro y siniestro y ser hiriente. ¡Son dos conceptos completamente diferentes!
Trazar esa linea que separa la sinceridad de la mala educación es algo así como distinguir entre esa amiga que te dice con discreción que la prenda que has escogido quizá no sea la que más te favorezca y ese cuñado que, si es con publico, mejor que mejor, te vocea “¡¿Pero donde vas con esas pintas?!”. La diferencia es muy sencilla y fácil de apreciar ¿verdad? Mientras una te aconseja con cariño y en privado, el otro te deja en evidencia en público, sin filtro alguno y, todavía peor, posiblemente hasta disfrute del mal rato que pasas gracias a su falta de tacto.
Los latiguillos más habituales de las personas que cruzan con facilidad y frecuencia esa delgada línea suelen ser de tipo:
- “Yo, es que no tengo pelos en la lengua” (Traducción: “Voy a decir lo que piense y me importa un pito como te haga sentir”).
- “Es que yo soy así” (Usan esa frase a modo de escudo para justificarse, como si la mala educación fuese un rasgo genético inalterable).
- “No me ando con rodeos” (Traducción: “Soltaré sin filtro primero que se me viene a la mente y no me calentaré la cabeza en expresar mi punto de vista de manera respetuoso”).
- “No te lo tomes a mal, pero …. ” (Traducción: “Preparate, que voy a lanzar un golpe fatal de karate a tu autoestima”).
- “No me importa lo que piensen de mi por decir la verdad” (Spoiler: Les importa lo suficiente como para decirlo a modo de justificación siempre que alguien los cuestione,)
Estas y otras frases habitualmente vienen pronunciadas en un tono de orgullo, como si de trofeos de autenticidad se tratara, aunque más bien sean testimonio de su mala educación, además de un escudo para evitar aprender habilidades básicas de comunicación y empatía.
De todos modos, en caso de duda, la clave para diferenciar la sinceridad de la mala educación está en la intención. Si el objetivo claramente es el de ayudar y aportar a la otra persona, ser constructivo, las probabilidades de que esa sinceridad sea precisamente eso y además bien recibida son bastante altas. Ahora, si la intención que hay detrás de esa “sinceridad” es la de humillar o menospreciar, sentirse superior o incluso disfrutar con el apuro por el que pasa en ese momento la persona, simplemente estaremos ante un caso de mala educación. La sinceridad genuina rebosa empatía, mientras la que roza la falta de educación demasiadas veces va de la mano de mucho ego y afán de protagonismo.
Llegados a este punto, he de confesar que, como todos, en alguna ocasión también he tenido mis momentos en este sentido. Alguna vez, afortunadamente en muy contadas ocasiones, he podido tener en un arranque de sinceridad mal gestionada y soltar algún comentario que no venía al caso. Claro que después me he sentido fatal y por supuesto he pedido disculpas a la persona afectada, aunque el daño ya estaba hecho. Pero como regla general evitar cruzar esa línea que hay entre la sinceridad y la mala educación tampoco es tan difícil. Es importante saber escoger el momento y lugar adecuados (recuerda que no todas las verdades necesitan ser dichas en ese preciso instante), utilizar un tono respetuoso (se puede ser firme y directo sin necesidad de alzar la voz ni herir), ser constructivo y centrarse en los hechos, no en las opiniones. Si en algún momento dudas entre no decir nada o ser sincero, he aquí la formula mágica:
- Sobre todo y ante todo, piensa antes de hablar. ¿Lo que vas a decir es realmente necesario? ¿Ayuda? ¿O sólo es un comentario gratuito que te podrías ahorrar?
- Ponle siempre un toque de suavidad a tus palabras. Tanto el tono, como las palabras que escojas, sin duda alguna suponen una gran diferencia.
- Aplica la regla de los 10 segundos. ¿Lo que le vas a decir a esa persona se puede “corregir” en menos de 10 segundos? Si la respuesta es no, mejor espera a un momento más oportuno para hablarlo con calma
En definitiva, ser sincero es un valor importante, pero no lo es a cualquier precio, hay que saber usarlo con moderación, tacto y diplomacia. Tenemos que encontrar un equilibrio entre la sinceridad y el ir dejando un rastro de corazones rotos y egos heridos a nuestro paso. La próxima vez que escuchemos a alguien decir eso de “Soy sincero, no me escondo” recordemos que la sinceridad bienintencionada no necesita de justificaciones. Y si ese alguien nos llegara a acusar de ser demasiado considerados, sonriamos sabiendo que al menos a nosotros nadie nos teme en las reuniones familiares.
Excelente artículo, recordando valores a esta gente joven que cree que lo sabe todo y se escandaliza por cosas superficiales sin pararse a valorar los sentimientos de las personas.
Valores como la sinceridad y la empatía están como la sociedad, en decadencia, está bien recordarlos, nos iría mucho mejor con ello
¡Un saludo cordial!