Menos es más, excepto cuando el minimalismo no es lo tuyo
No es que sea un concepto reciente, ya surgió con mucha fuerza allá por los años 60 – 70 del siglo pasado. Pero tras un tiempo de letargo, últimamente esta tendencia ha vuelto a ir ganando mucho terreno sobre todo en el mundo de la decoración, estilo de vida e incluso en la moda. Estoy hablando del minimalismo, esa filosofía que aboga por simplificar nuestras vidas, deshacernos de lo innecesario y enfocarnos en lo esencial. Ha sido sobre todo tras el auge de Marie Kondo y su famoso método hace poquitos años, cuando el boom de la organización y limpieza ha ido sumando fieles seguidores que por todos los medios a su alcance ensalzan como un mantra su filosofía de simplificar nuestro entorno, quedándonos solamente con lo más necesario para alcanzar la armonía en nuestro día a día. Dicho así, realmente no suena mal y además se asemeja a cuando decidimos hacer limpieza a fondo de armarios y cajones, por lo que me dije “¿Y por que no probar a darle a mi vida un toque de minimalismo? Igual me funciona.”
Así que, me puse manos a la obra pero, aún a riesgo de estar incurriendo en un spoiler, os puedo adelantar que a mi seguir esta tendencia no me ha resultado tan fácil, ni super-práctico como suelen sugerir los artículos de las revistas de decoración, el libro de Marie Kondo y determinados usuarios de redes sociales a los que he acabado llamando “cleanfluencers”. Al final de mis intentos de organizar mi casa algo mejor con los conceptos básicos del “menos es más” no ha sido raro el momento en el que me he visto rodeada del mismo número o incluso más cosas que antes de intentar simplificar mi hogar.
Para empezar mi incursión en el minimalismo, me lancé de cabeza a un de hacer limpieza exhaustiva de mi armario, un lugar tan bueno para empezar como cualquier otro y al que seguro que no le vendría nada mal desechar aquellas prendas que hacía varios años que no me ponía o esos pantalones que me están pequeños hacía tiempo, pero que seguía guardando “por si acaso”. Y si, comencé a sacar todo con entusiasmo y determinación esparciéndolo sobre la cama, pero a medida que avanzaba resultó que cada prenda que a primera vista reunía todas las cualidades para ser desechada, tenía alguna historia detrás que me impedía deshacerme de ella. Ya fuese por los momentos que mi memoria asociaba precisamente a esa camiseta, o por lo mucho que tuve que ahorrar para poder comprarme esa chaqueta, el caso es que en lugar de deshacerme de esas prendas “dudosas” que no me había puesto hace un siglo, acabé abrazando y volviendo a guardar cuidadosamente la mayoría de ellas.
Tras el fallido intento de depuración de mi armario, pensé en abordar la simplificación de algún espacio de mi casa. Entonando el mantra de “¡Menos trastos, más espacio!” e inspirada por las las fotos que había visto en alguna revista de decoración mi intención era la de crear un espacio sereno y despejado, o eso creía yo. Pasé unas cuantas horas intentando despejar estanterías y cajones, seleccionar libros que tenía desde hacía años y que desde que los leí por primera vez no había vuelto a abrir, organizar documentos y deshacerme de cachivaches que ni siquiera recordaba que tenía. Pero, tras amontonar en una caja todo aquello que cualquier minimalista que se precie habría sacado de su espacio vital, terminé por rendirme a la evidencia de que todos y cada uno de esos objetos tiene su lugar en mi corazón, incluso aquellos que no tenían un propósito practico. Así que, en lugar de un hogar minimalista, acabé con una versión sentimental de mi casa a la que además le añadí algunos almohadones, velas y plantas para darle un aire aún más acogedor.
Tras algún intento más de aplicar el “menos es más” en algún otro área de mi vida con idéntico resultado, he llegado a la conclusión de que el minimalismo no es para mi. Si soy feliz con mi armario lleno de ropa, mis estanterías repletas de libros y cachivaches, además de una vida llena de pequeños detalles que, aunque puedan hacer parecer mi casa algo más abarrotada de lo que la tendencia del minimalismo ha puesto de moda, a mi parecer es precisamente esa felicidad lo que aporta personalidad y un ambiente acogedor en mi hogar. Al fin y al cabo, lo importante es encontrar ese equilibrio particular que nos funcione a nosotros, da igual que sea
minimalista, maximalista o algo intermedio. Más allá de las tendencias, lo más importante es encontrar lo que nos hace sentir bien dentro de nuestro propio espacio y estilo de vida. Si la filosofía del menos es más es solamente una moda o realmente nos ayuda a estar mas tranquilos o ser más organizados, realmente depende de lo que a cada uno de nosotros mejor nos funcione, de lo que nos haga sentir bien. Así que si el minimalismo es lo tuyo, adelante. Pero si, como yo, prefieres vivir rodeado de las cosas que te gustan y te hacen feliz y sentirte bien ¡también está bien! Y vosotros, ¿qué opináis? ¿Sois fans del minimalismo o no os importa vivir con un poco más de “caos”? Contádnoslo en los comentarios.