La Navidad que planeo vs. la que me sale
Ya estamos aquí, en ese maravilloso (y ¿para qué negarlo? a veces caótico y estresante) esprint final hacia la Navidad. Y este año sí, os prometo que ya desde que el otoño andaba susurrando en las esquinas y las primeras pastillas de turrón empezaban a aparecer en los supermercados, me prometí a mi misma que este año Flossy sería poco más que la Navidad en persona. En mi mente todo parecía encajar en un plan perfecto. Agasajaría a los míos con un menú elaboradísimo en Nochebuena, cantaría villancicos desafinados con entusiasmo, envolvería los regalos con celo digno de un manual japonés de origami, decoraría la casa ya desde el primer domingo de adviento y, sobre todo mantendría la calma si por algún motivo las pilas de la cadena de luces del árbol deciden ponerse en huelga cinco minutos antes de que llegue la familia. En definitiva ¡Sería Mamá Noël en persona!
Sonaba perfecto. Sonaba factible. Sonaba … completamente ajeno a cómo iba a ser en realidad. Porque luego, la vida, con ese sentido del humor retorcido que a veces tiene, decidió que mi propósito parecía demasiado bonito y que necesitaba ser saboteado. Y es que, como ya dijo John Lennon (y con su permiso o sin él, yo adapto su frase a mis Navidades): “La vida es aquello que te va sucediendo, mientras tú te empeñas en no convertirse en Grinch” ¡Y vaya si me ha sucedido! Y por más que mi intención de mantener la calma y la alegría sea firme, el universo (que a veces es muy “cachondo”) parece orquestar una serie de pequeños desastres para ponerme a prueba y que por poco logran que el espíritu navideño de Flossy acabe medio enredado entre una tira de espumillón y una sonrisa que procura aguantar el tipo entre luces parpadeantes y facturas imprevistas de última hora.

Este año todo empezó con mi intento de decorar el balcón. Saco la caja de las luces, esa caja mágica que lleva once meses en el trastero. Mi corazón se llena de alegría y anticipación mientras con inocencia tarareo un villancico de los de siempre … hasta que abro la caja. En lugar de las luces que esperaba encontrar y que yo juraría haber guardado cuidadosamente el año pasado, me encuentro con una madeja indescifrable de cables enredados. Un nudo gordiano que incluso al mismísimo Alejandro Magno le costaría trabajo cortar. Y, cuando por fin consigo desentrañar la maraña, me doy cuenta de que la mitad de las bombillas están fundidas. Y claro, por supuesto que no son bombillas estándar, no. Es esa luz especial que sólo se vende en esa tienda a la que no tengo tiempo de ir. En este punto, a la media hora de empezar, ya había soltado tres tacos en voz baja y el aroma a canela ha sido sustituido por el olor a frustración a la par que mi espíritu navideño ha recibido su primer golpe.
Luego, conforme avanzaba diciembre, en algún momento me atrapó esa tradición relativamente nueva del amigo invisible. Que bonito suena ¿verdad? Intercambio de detalles, ilusión, sonrisas … ¡Pamplinas! El amigo invisible, querido lector, es en realidad una operación logística de alta complejidad. En el sorteo que lo precede, irremediablemente saco el nombre de la persona del grupo con la que menos afinidad tengo y por tanto no tengo ni pajolera idea de que le puede gustar, por lo que mi plan para intentar salir airosa se complicaba. El primer desafío es buscar un regalo original por menos de 10€ y que no sea un calcetín. A continuación, cuando ya creo que he encontrado el detalle perfecto, hay que intentar asegurarse de que no le regale algo que ya tiene o que no le guste nada, por lo que acabé yendo a tres centros comerciales abarrotados de gente con el mismo plan. Fue en ese momento, tras haber conseguido hacerme con la última bufanda y atrapada en la cola interminable para pagar, refunfuñando, murmurando “que el 7 de enero llegue ya”, cuando el espíritu navideño de nuevo amenazaba con escabullirse por la puerta de atrás.

Y por supuesto está esa obra de ficción distópica, llamada “calendario / agenda de diciembre”. Cuando ya crees que has cuadrado a la perfección los compromisos pre-Navideños, pasan cosas (al menos a mi). Ya tenía más o menos organizados la cena con las amigas, el concierto de Navidad de los sobrinos, la compra grande de productos típicos y la cita en la peluquería, cuando Murphy decidió poner de su parte y empezar a solapar esa agenda con imprevistos ineludibles. Una cita médica que llevaba durmiendo el sueño de los justos desde octubre, un imprevisto familiar que obliga a mi “guiri personal e intransferible” a realizar un viaje relámpago, justo unos días antes de las fiestas (y antes de que empiecen mis vacaciones para poderle acompañar) y organizar la ITV del coche familiar, además de una ración doble de estrés laboral por la cercanía del final de año y las vacaciones. Con este “calendario de adviento” particular, llegas a un punto en el que corres de un sitio a otro exhausto y, de repente, te das cuenta de que no has tenido ni cinco minutos para disfrutar de esa paz que se supone que trae la Navidad.

¿Y que pasa con el espíritu navideño de Flossy? Pues si, en el fondo sigue ahí … escondido. A pesar de todo, no me rindo en mi intento de no ser un Grinch. Aunque este año mi plan para ser la anfitriona perfecta y el espíritu navideño personificado hace aguas una vez más, no me rindo. Porqué la lección que estoy aprendiendo es que la perfección navideña es un mito y si la vida me está dando empujones para que me relaje, tendré que escucharla. Así que, mi nuevo plan Ani-Grinch pasa por aceptar el desorden y, si las luces para el balcón no se quieren desenredar, pues que se queden en la caja, pondré unas velas LED y punto. Y si en algún momento tengo que decir “no” a una cena para quedarme en pijama viendo una peli mala, malisima, lo haré. ¡Es un acto de autocuidado!
El espíritu navideño no está en el envoltorio perfecto, ni en el menú de Nochebuena o que el pavo quede perfecto, si no en la pausa, en el abrazo sincero, en reírse del cable que no funciona y en compartir un café con la gente que quieres. Consiste en permitirnos ser humanos. Así que, aunque hoy, otra vez, haya soltado un gruñido al ver que otra vez se han equivocado con el pedido online … aunque aún no haya encontrado el regalo ideal para esa amiga que “ya tiene de todo y no necesita nada” y aunque mi intento de pastas navdeñas parezca más bien una excavación arqueológica, seguiré intentando no ser un Grinch.

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Hola, Flossy, yo también tengo el espíritu navideño en modo Grinch, aunque, como tú, estoy intentando que no llegue a mayores… Y es que la Navidad nos la meten con calzador casi desde octubre, como dices, y ahora en diciembre ya se desborda y quieres esbozar una sonrisa y llenarte de espíritu, etc., etc., pero es taaaaaan difícil. En fin, que llegue ya el día 7 y que pasemos unas vacaciones, al menos, tranquilas.
Un abrazo. 🙂