Incidente diplomático en la cocina
No es ningún secreto para el atento lector el hecho de que Flossy, de vez en cuando, disfruta trasteando en la cocina y que suele disfrutar de delicias culinarias. Y, si el atento lector además en algún momento se ha asomado por la sección “sobre mi” del blog, tampoco le pillará de nuevas el hecho de que mi media naranja (también conocido cariñosamente como “mi guiri personal e intransferible”) no es originariamente de España, de hecho el amor llegó al corazón de Flossy con acento británico. Si a esto le sumamos que, aunque desde mi más tierna infancia vivo en España y me considero española de alma y de corazón, realmente mis raíces son centro-europeas (aunque nadie que me conozca lo adivinaría fácilmente), ya de por si podríamos decir que Flossy tienen una mezcla cultural interesante en su hogar. Esta combinación, per se, no suele provocar grandes choques culturales, ni para Flossy, ni para su “Guiri Personal e Intransferible”. Hay sin embargo un territorio especifico en nuestro nidito de amor, en el que de vez en cuando un pequeño conflicto diplomático es inevitable: La cocina.
Si, si, es cierto que cuando pensamos en gastronomía británica, lo primero que nos suele venir a la cabeza suelen ser el té de las cinco, el famoso “fish and chips” y quizá el desayuno típico inglés, el “full english breakfast”, que tan abundante suele ser que más que un desayuno parece una comida en toda regla. Y si miramos la otra cara de la moneda, cuando a un inglés medio le hablas de la variedad gastronómica española, pocos pensarán más allá de la paella, a ser posible con sangría, los calamares a la romana o los churros. Pero ¡Ay amigos! Hay mucho más que descubrir y es muy fácil meter la pata, gastronómicamente hablando, en esta historia. Aquí os dejo una selección de momentos “¡¿What …?!” totalmente verídicos, ocurridos en la cocina de Flossy.
Un, dos, tres … cocido inglés
Uno de mis placeres en invierno son los guisos de cuchara. No solo disfruto cocinándolos con ingredientes frescos y mucho amor a fuego lento, sino que también me encanta saborearlos, sobre todo al día siguiente (mi plato estrella son las lentejas, por cierto). Así que ahí estaba yo, una tarde-noche del invierno pasado, preparando un delicioso guiso de ternera convencida de que al día siguiente estuviera aún mejor.
Sobre la marcha, pensé que unos garbanzos le terminarían de dar el toque final perfecto, pero mi “Flossy–despensa” en ese momento estaba vacía de garbanzos. No pasa nada, pensé, mañana compro un tarro de garbanzos precocidos y los añado. Al día siguiente, antes de salir para el trabajo, le pedí a mi media naranja que, como llegaría a casa antes que yo, pasara por el supermercado, comprara los garbanzos y los añadiera al guiso, dejándolo a fuego bajo unos 20 minutos para que estuviera listo a la hora de comer. Fácil, ¿verdad?
Bueno, pues el atento lector podrá imaginar mi sorpresa cuando, al servir el guiso, me encuentro no solo con los garbanzos, sino también con unos trozos de chorizo que yo, definitivamente, no había puesto el día anterior. ¿Qué había pasado? ¡Sencillo! mi “Guiri Personal e Intransferible” fue al supermercado tal y cómo le pedí, pero, en lugar de un tarro de garbanzos, compró una lata de cocido madrileño y la echó directamente al guiso. ¡Y así es como un simple guiso de ternera se convirtió en una versión británica de cocido madrileño de lata mejorado!
La ciencia de los “chips”
Siendo los famosos “fish and chips” uno de los platos más conocidos de la gastronomía británica, no es de extrañar que las patatas fritas al estilo inglés sean una de las guarniciones favoritas de mi “Guiri Personal e Intransferible” y por supuesto, según él es todo un arte el preparar los “chips” correctamente. Pues bien, un día cualquiera, decidí sorprenderlo en la cena con una guarnición de autenticas “chips” británicas, dignas de cualquier “fish and chips shop” que se precie. Nada del otro mundo pensé yo, al fin y al cabo tampoco es tan complicado freír unas patatas. O eso pensaba yo, pero ¡Alerta de Spoiler! Puede serlo llegar a serlo, más de lo que yo imaginaba.
Me puse manos a la obra con toda la confianza del mundo. Pelé las patatas y, cuchillo en mano, empecé a cortarlas. Y aquí fue donde tropecé con la primera piedra: en lugar de hacerlas gruesas y robustas, las corté finas, casi como si estuviera haciendo patatas paja. Pero tampoco le dí mucha importancia y seguí adelante. Pasé a la fritura, que es donde realmente metí la pata, ya que en lugar de hacer la clásica doble fritura, primero a fuego bajo para cocinarlas por dentro y luego a fuego alto para dorarlas por fuera, decidí hacerlo todo de una vez. Para rematar la faena, usé menos aceite del que debía y, para mi desgracia, ni siquiera estaba lo suficientemente caliente. Totalmente ajena al desastre que estaba cocinando, dejé que las patatas se fueran friendo… o eso creía yo.
Las patatas empezaron a coger color, sólo que no era un color uniforme. Algunas quedaron doraditas, otras con un “tostado oscuro” que me hacía sospechar que sería más crujiente de lo deseado, y algunas zonas permanecieron pálidas como un día nublado en Londres. Sin embargo, parecían medio comestibles, así que las saqué de la sartén, las puse en un plato con papel absorbente y las serví con mi mejor sonrisa. Mi “Guiri Personal e Intransferible” miró el plato, luego me miró a mí, y con esa fina diplomacia británica que lo caracteriza, dijo: “¡Ah, has hecho unas chips… muy personalizadas!”. Fue en ese punto en el que ambos estallamos en carcajadas y decidimos pedir una pizza a domicilio.
Así aprendí que la cocina británica, por muy sencilla que parezca, tiene sus trucos. Y la próxima vez que queramos “chips”, dejaré que el verdadero experto británico se encargue de ellos. Yo, mientras tanto, me dedicaré a mis infalibles lentejas. ¡Cada uno en lo suyo!
¿Jamón o bacon? He aquí la cuestión
Hablemos del desayuno, esa comida que, con todo merecimiento, se ha ganado el título de «la más importante del día. Después de varias horas de ayuno, el cuerpo pide sustancia, y es aquí donde empiezan las diferencias entre un desayuno español y el famoso “full English breakfast”. Para cualquier inglés de pura cepa, el bacon es la estrella indiscutible. Con esta premisa, paso a relatar al atento lector precisamente uno de nuestros primeros choques culturales ocurridos en la cocina de Flossy.
En una de sus primeras visitas a España, al poco de conocernos, me llevé a mi “Guiri Personal e Intransferible” al supermercado para abastecernos de provisiones y, de paso, mostrarle algunos de los tesoros gastronómicos locales. En la sección de desayunos, llené el carrito con un buen pan crujiente, algo de fruta fresca, tomates para rallar, queso y, por supuesto, un exquisito jamón serrano. Mi idea era sorprenderlo con unas tostadas al más puro estilo español, con tomate rallado, aceite de oliva y jamón o queso. Después de todo, él siempre ha sido de mente abierta para probar nuevas gastronomías.
Hasta aquí, todo iba según lo previsto, pero lo que no esperaba era que esa mañana la sorprendida sería yo. Mi querido Guiri, con todo el entusiasmo del mundo, se había levantado al amanecer y decidido prepararme el desayuno. ¡Qué gesto más dulce!, pensé. Pero cuando llegué a la cocina… ¡oh, sorpresa! Aunque los ingredientes eran los mismos que había comprado el día anterior, la preparación y presentación fueron… digamos, “creativamente diferentes” a lo que yo había imaginado.
Allí estaba él, con su mejor intención y una sartén humeante, friendo… ¡el jamón serrano! Sí, querido lector, había sacado esas deliciosas lonchas de jamón de la nevera y las había echado al fuego como si fueran bacon. Una vez cometido tal sacrilegio dispuso el jamón frito en unas rebanadas de pan de pueblo, cubrió todo generosamente con “brown sauce”, un condimento muy inglés a base de vinagre de malta, zumos de frutas y especias que ellos adoran ponerle a casi todo y sirvió su invento culinario con una sonrisa de oreja a oreja, orgulloso de su creación y esperando mi reacción. Debo admitir que en ese momento mi cara debió ser todo un poema, entre el asombro y la risa contenida. Aún hoy, el “incidente del jamón” sigue siendo motivo de carcajadas entre nosotros.
P.D.: Aunque me duela admitirlo, aquel sacrilegio con el jamón tenía un sabor, cuanto menos, interesante.
Conclusión …
Y es que, a pesar de algunos pequeños contratiempos con los que de vez en cuando tropezamos, lo cierto es que la cocina ha sido una forma estupenda de acercarnos más aún si cabe, el uno al otro. Además, con estas experiencias culinarias, nuestra cocina se ha convertido en un crisol de sabores y costumbres. Y aunque a veces nos reímos de las diferencias (y de las cantidades de mantequilla que un inglés puede poner en una tostada), también hemos aprendido a combinar lo mejor de ambos mundos. Gracias a mi “Guiri Personal e Intransferible” he podido descubrir cosas como el “Yorkshire Pudding” o el placer de una taza de té. Y él, a su vez, ha aprendido a apreciar la paella, el gazpacho o la tortilla de patatas.
Y es que, al final, lo importante es compartir momentos y disfrutar de la compañía, ¡aunque sea comiendo cosas raras!