Espejito, espejito: ¿Soy la única que…?
A menudo nos preocupamos en exceso por esos pequeños «defectos» que creemos tener, pero que en en la mayoría de los casos son solo percepciones nuestras o si realmente están presentes, son tan sutiles que aparte de nosotros, no los nota ni el gato. Son esos pequeños detalles que nos incomodan, en ocasiones incluso lo hacen en exceso, pero que a los ojos de los demás suelen pasar desapercibidos y yo misma soy la primera en declararme ser muy, pero que muy propensa a pecar de esa autocrítica excesiva. ¡Ojo! Tampoco me refiero, ni muchísimo menos, a no prestar atención al detalle o de no preocuparnos por ofrecer una buena imagen (y no hablo solamente del aspecto puramente estético), pero si me refiero a esos pequeños detalles que nos suelen hacer únicos y que tan solo nosotros mismo tendemos a percibir como imperfecciones de un tamaño descomunal.
Si somos sinceros, todos tenemos de vez en cuando días en los que nos sentimos algo más inseguros de lo habitual y si justo en uno de esos días nos da por echarnos a nosotros mismos un vistazo con mirada crítica, tenemos muchísimas papeletas para acabar obsesionándonos en algún supuesto pequeño defecto que “seguro que todo el mundo va a notar enseguida”. Ese granito inoportuno en la cara, el mechón de pelo que ha decidido no quedarse, bajo ningún concepto, donde nos gustaría que esté, un michelín que parece haberse colado sin avisar y que ayer seguro que no estaba ¿o será que esa camiseta que llevamos está demasiado ajustada? O incluso ese botón de la camisa que, al menos bajo nuestro punto de vista, parece estar a punto de saltarle un ojo a alguien. Pero lo más curioso de ese fenómeno es que cuando le preguntamos a alguien de nuestro entorno (con quien tenemos la suficiente confianza, claro) si ven algo raro nos miran como si hubiéramos dicho algo muy extraño y nos responden “¿A qué te refieres? Yo no veo nada de lo que dices”.
Realmente recibir este tipo de respuestas y reacciones, debería de ser suficiente para convencernos de que el supuesto defecto es tan minúsculo que nadie más lo nota o que ni siquiera es tal. Sin embargo demasiado a menudo caemos en la tiranía de la autocrítica feroz, lo que nos hace percibirlos como algo terrible. Puede que parte de esa autocrítica se debe a que inconscientemente tendemos a comprarnos con las imágenes perfectas que vemos en revistas y redes sociales, sin tener en cuenta que tras esas imágenes perfectas hay horas y horas de preparación y en la mayoría de los casos un equipo, cuya función es precisamente asegurarse de que en la imagen que finalmente aparecerá publicada esté todo a la perfección. Si a esto le añadimos que en esa comparación demasiado a menudo tampoco tenemos en cuenta que somos personas reales con nuestras imperfecciones y peculiaridades, ya queda vía libre para esa autocrítica despiadada que hace que veamos el más mínimo de nuestros defectos cómo algo terrible que todo el mundo verá y criticará.
En este viaje por la autorreflexión, hay muchos clásicos que seguramente la mayoría de nosotros en algún momento haya podido clasificar como un “defecto que salta a la vista”, pero que realmente los menos en nuestro entorno perciben como tal. A continuación te enumero algunos de ellos.
El mechón de pelo rebelde
¿Alguna vez has salido de casa con la sensación de que tu pelo ese día está fatal? Puede que sea por ese mechón que se empeña en no quedarse, bajo ningún concepto, exactamente en el lugar en el que tu has decidido que debe estar. O puede ser que ese día te hayas levantado con un un pequeño bulto o cuernito en el pelo que no has conseguido alisar, pero que curiosamente nadie más que tú percibe. Pero ¿sabes qué? La gente de tu entorno no suele tener un mapa mental que indique en que lugar exacto en el que debería de estar cada uno de tus cabellos. Y donde tú autocrítica feroz te intenta convencer de un desastre capilar, el resto del mundo suele ver un peinado perfectamente normal. Es más, si lo llegaran a percibir, podrían pensar que ese estilo despeinado es intencional y moderno.
La Tortura de la Voz
Otro clásico por excelencia es nuestra voz. Creo que no me equivoco mucho si afirmo que a pocos nos gusta escuchar nuestra propia voz grabada, más de uno nos habremos sorprendido y pensado “yo no sueno así, esa voz es horrible”. Yo soy la primera a la que, si alguien me pone mi voz grabada al reproducir audios de WhatsApp, por ejemplo, no me gusta escucharme. Este fenómeno se debe a la ausencia de la conducción ósea, que si está presente cuando escuchamos nuestra voz mientras hablamos. Pues resulta que, para los demás, tu voz es perfectamente normal y, en la mayoría de los casos, hasta agradable. Así que no te preocupes, no suenas como un pato resfriado.
El drama – mito de la perfección física
Seguro que todos nos hemos visto en algún momento enfrente del espejo y dejando que en ese momento nuestra autocrítica más feroz campara a sus anchas. Es en esos momentos en los que nuestra mirada inquisidora va desde la nariz, convenciéndonos de que es demasiado grande, demasiado pequeña, demasiado torcida o demasiado algo, pasando por esa celulitis que solo eres capaz de ver con una lupa y bajo la luz perfecta, hasta esa línea de expresión que seguro que hace que parezcamos una pasa. Pues deja que te cuente un secreto: ¡A menos que seas modelo profesional de fitness, la gente a tu alrededor no suele fijarse en esos detalles!
La Ansiedad Social
Todos en algún momento hemos repasado alguna conversación reciente en nuestras cabezas y mientras lo hacíamos, nos hemos auto criticado por alguna cosa que dijimos (o no dijimos). Hemos repetido la conversación mentalmente varias veces y en algún momento nos hemos criticado diciéndonos a nosotros mismos “tendría que haber respondido tal o cual cosa mejor”. Pero, sorpresa, sorpresa: la mayoría de las personas no están diseccionando cada palabra que dijiste. Están demasiado ocupadas pensando en sus propias conversaciones y posibles meteduras de pata.
Lo que quiero decir con todo esto es demasiado a menudo somos nuestros peores críticos. Nos fijamos en supuestos defectos que, para los demás, no existen o no tienen importancia. Definitivamente debemos ser más amables con nosotros mismos y dejar de preocuparnos tanto por esas pequeñas imperfecciones que solo nosotros vemos. Porque nuestra esencia no reside en la perfección, si no en la autenticidad, en ser nosotros mismos, sin complejos y sin miedos absurdos.
Así que, la próxima vez que estás con la autocrítica subida y te encuentras algún terrible “defecto”, recuerda que: Nadie más los ve e incluso si los vieran, no les darían la importancia que le damos nosotros. Esos pequeños defectos son rasgos únicos que nos hacen auténticos.