El Grinch que llevo dentro: Expectación vs. Realidad en Navidad
Un año más, que por cierto a mi parecer ha pasado a la velocidad de la luz, tenemos la Navidad encima y quien más, quien menos anda inmerso en los preparativos. Revisando que tengamos el décimo de lotería a mano para el día del sorteo, los últimos regalos ,,, porque siempre hay alguno que si no se te ha pasado comprarlo, lo has pedido online y no ha llegado, ese ingrediente especial que te falta para que la cena de Nochebuena salga redonda o el zumo de piña vegano y sin azúcares añadidos carísimo, pero que es lo único que tu prima toma para brindar y claro, no le vas a hacer el feo … Estamos inmersos, querido lector, en esa época del año en la que nuestra expectativa siempre es que todo ha de ser como en los anuncios de turrón o las películas americanas con las que nos bombardean en la sobremesa desde hace más de un mes.
La época mágica del año, llena de paz y amor, familias perfectas, villancicos entonados en armonía, jamones y marisco dignos de portada de una revista gastronómica y veladas festivas llenas de relax y felicidad en familia. Suena fantástico ¿A qué si? Pues por más que me empeñe, a mi esas navidades de película no me suelen salir desde que dejé de ser niña. Más bien tienden a hacerme sospechar que si me descuido, es fácil que acabe cayendo en un maratón de estrés y gasto adicional, muchas veces innecesario. Un poco al estilo de esas publicaciones en redes sociales de “Lo que pedí vs. Lo que recibí”, entre turrones que se me pegan a los dedos y adornos que parecen haber cobrado vida propia, os presento mis top navideños de “Expectativa versus Realidad” de este año.
Llegados los primeros días de diciembre, cuando en las calles y plazas de ciudades y pueblos solemos empezar a ver decoración y luces navideñas. Los comercios ya llevan con hilo musical de villancicos y decoración de luces y bolas de colores desde que terminó la campaña de Halloween y claro, como muy tarde en el puente de la Constitución queremos que en nuestra casa también se respire ese ambiente festivo. Estamos decididos a poner luces en el balcón, montar el Belén más completo del barrio (con río, lavanderas y un portal espectacular) y colocar un árbol natural tan bonito que hasta Papá Noel va a querer hacerse un selfie con él. ¡Hasta aquí la expectativa! Pero la realidad, querido lector, a menudo se parece más a una decoración estilo “apaño con lo que tenía en casa”. El Belén pierde al Niño Jesús en tiempo récord (probablemente haya sido secuestrado por el gato). El río de papel de aluminio termina siendo un charco arrugado, y las luces del árbol (que por cierto, es de plástico, pero con la decoración apenas se nota) se funden justo cuando está todo cerrado porque eran de hace diez años. Para colmo, tu vecino se ha pasado con las luces de su balcón, y ahora tu casa parece el lado oscuro al lado del Las Vegas de enfrente.
Incluso si durante el resto del año no solemos jugar a la lotería, el sorteo de Navidad tiene como una magia especial para prácticamente todos nosotros (excepto para mi “Guiri personal e intransferible”, que lo mira desde el lado más analítico y te desgrana con todo lujo de detalles que según la ley de probabilidades, no te va a tocar un mojón … Aunque su lógica aplastante no hace mella en mi ilusión de comprar mi décimo cada año). De manera que todos los años, invariablemente, siempre compras algún décimo o participación, no sea que toque y lo hayas tenido delante. El día 22 de diciembre, mientras nos dedicamos a nuestros quehaceres, estamos más o menos pendientes del sorteo con la esperanza de escuchar que cantan precisamente “nuestro” número y nos imaginamos que haríamos con el premio. Sin embargo y por regla general, acabado el sorteo tu número no ha asomado ni de lejos, ni una pedrea y cómo un mantra todos repetimos eso de “Pues nada, otro año será. Al menos tenemos salud” … (Salud que por cierto siempre es de agradecer, no solo cuando no nos vemos agraciados en un sorteo).
Capitulo aparte son las comidas y cenas festivas de estos días, sobre todo si lo que tenemos en mente es un menú de lo más tradicional. Con su consomé, plato principal de carne o pescado al horno, canapés, marisco fresco, embutidos ibéricos y la bandeja de turrones y polvorones de postre. Todo ello acompañado por un buen vino, brindis festivos y villancicos. ¡Delicias dignas de la mesa de un Rey! Pero, querido lector, en esa expectativa de postal Navideña no hemos tenido en cuenta algunas de las variables con las que invariablemente nos suele obsequiar la realidad. Puede ser desde el comensal que este año ha decidido ser vegano, por lo que hay que cocinarle un menú festivo aparte, pasando por el precio abusivo en estas del cordero o de los mariscos que te obliga a tirar de congelados de supermercado, hasta el cuñado sabelotodo que en la sobremesa, ya seriamente perjudicado por el vino, hace participe de sus sabidurías y batallitas a todo aquel que lo quiera escuchar (y si no lo quiere escuchar, da igual … se lo va a contar de todas formas).
Con las Navidades también se acerca fin de año, esa noche mágica en la que nos visualizamos en nuestras mejores galas comiendo las uvas al ritmo de las campanadas de la Puerta del Sol. Doce campanadas, doce uvas y doce deseos, además un brindis perfecto, con un objeto dorado en el fondo de nuestra copa de champán, para empezar el año con el pie derecho. La realidad sin embargo, querido lector, probablemente se pueda parecer más a esta escena. Te medio atragantas con la segunda uva mientras el tío Manolo grita “¡Todavía no, que eso sólo eran los cuartos!” y los demás ya van por la sexta. Terminas habiéndote comido siete uvas porque en algún momento perdiste la cuenta y mientras todos brindáis y os deseáis lo mejor para el nuevo año, algunos ya empiezan a discutir sobre el vestido imposible que llevaba la presentadora de turno este año.
Sin embargo, mi querido lector, aunque pueda parecer que este post lo haya escrito un autentico Grinch con ánimo de amargaros las Fiestas, nada más lejos de la realidad. A pesar de que en esta época del año lo más fácil sea caer en un poquito de caos y estrés, la Navidad puede tener sus momentos mágicos. Quizá si nos permitimos el lujo de no caer en las expectativas de postal Navideña, si no de simplemente pasar estos días compartiendo una buena comida (que no tiene por que ser lo de siempre) con los que queremos y crear recuerdos que perduren, podremos disfrutar estas fechas. Las Navidades al fin y al cabo no suelen salir perfectas, pero no por eso dejan de ser dignas de celebración. Son cosas como ese Belén incompleto, esas sobremesas que se alargan o esa “pelea” con las doce uvas en las que puede residir la verdadera magia. Así que este año, relájate, abre otra botella de sidra (o lo que haya) y ríete del lío. ¡Felices Fiestas, y que no te toque el haba!
Estimada Sandra, no se si sabes que el Grinch no odiaba la Navidad, lo que sí odiaba era la hipocresía de las personas en estas fechas.
Sin ir más lejos, yo soy un poco Grinch, de manera precisa, por eso mismo.
Así que todos los años, en mis Redes Sociales, se puede ver una publicación mía, que, el día 22 de diciembre, dice:
Se da por iniciado el simulacro de paz y amor
El día 7 de enero, dice:
Se da por finalizado el simulacro de paz y amor
Aún así, sigo disfrutando, en mi soledad iluminadora, de estas fechas, eso sí, fuera del consumismo.
¡Saludos y felices fiestas!
Aunque yo solamente lo sea un poco y de vez en cuando, puedo entender al Grinch perfectamente, Gente con la que no hablas durante todo el año, de repente en estas fechas se acuerda de lo mucho que te quiere. Prefiero a la gente que, aunque un poco Grinch, sea autentica.
Un abrazo y ¡Felices Fiestas!