Del Patio del Colegio a la Oficina: La Evolución del ‘¡Yo No He Sido!
Hoy vamos a hablar sobre una frase mágica que todos en nuestra más tierna infancia hemos usado alguna vez. «¡Yo no he sido!”. De pequeños, cuando nos pillaban con las manos en la masa, pensábamos que con solamente decir esas palabras mágicas nos libraríamos de cualquier castigo, reprimenda o juicio. Un «¡yo no he sido!» rotundo y convincente, acompañado de una mirada inocente y cara angelical solía ser suficiente para al menos sembrar la duda en nuestros padres o profesores después de que pintáramos un mural abstracto en la pared del salón, rompiéramos por accidente un jarrón o nos comiéramos esas galletas que no eran para nosotros.
El problema viene cuando con el paso del tiempo y a medida que crecemos esta estrategia no desaparece mágicamente conforme vamos dejando atrás nuestra etapa más infantil. Y lo que antes era una travesura propia de la niñez con el paso de los años puede llegar a convertirse en una actitud irresponsable y en ocasiones hasta un poco triste cuando nos llevamos esta táctica del “¡yo no he sido!” a la edad adulta. Porque sí, querido lector, en nuestro día a día hay personas que, aunque ya creciditas, siguen manteniendo esa costumbre infantil de negar su responsabilidad ante cualquier error o contratiempo. Ejemplos de ese comportamiento hay muchísimos y en este post vamos a ver algunos de ellos.
En el trabajo, ese lugar en el que a todos se nos supone adultos responsables sin ir más lejos, rara vez vez falta un ejemplar de “yo no he sido” adulto. ¿Qué la impresora se ha quedado sin papel y nadie ha repuesto folios? Si preguntas en voz alta, probablemente lo máximo que obtendrás será un gesto de encogerse de hombros o, aun peor, un dedo índice señalando en dirección a algún compañero totalmente ajeno a la situación, al más puro estilo de la estatua de Colón acompañado por un “Ah, pues no sé, habrá sido Pepito, que yo siempre repongo. ¿A que si, Paquito?”. Esa afirmación normalmente es hecha con convicción e incluso en un sutil tono de suficiencia hacia “Pepito” y con lo que sea necesario con tal de que nadie pueda pensar que precisamente la persona del dedito acusador haya podido tener nada que ver con el incidente.
En ocasiones, ni siquiera en casa estamos a salvo de este tipo de situaciones. Porque a no ser que vivamos completamente solos, nos puede sonar perfectamente familiar las situaciones de una pila de platos sucios en el fregadero cuando tú lo dejaste como una patena la ultima vez que fregaste los cacharros o la misteriosa desaparición de esa última onza de chocolate que te guardaste para saborearla tras un día intenso, por poner algunos ejemplos. Y cuando preguntas a los demás habitantes de tu casa la única respuesta que resuena por los pasillos de tu casa es un sonoro “Yo no he sido”, como si estuvieras inmersa en una novela de Agatha Christie en la que todos sus personajes parecen tener una coartada perfecta. ¿O será que tienes fantasmas en casa?
Ejemplos como estos que acabamos de ver hay a montones en nuestro día a día. Entre ese conductor que cambia de carril sin mirar y sin intermitente y aparece delante tuya cómo por arte de magia, obligándote a hacer una frenada de emergencia mirándote con un gesto de “a ver si llevamos más cuidado” y aquel jugador de futbol que pillado en falta hacia un jugador contrario levanta ambas manos y afirma totalmente convencido “si ni lo he tocado”, hay todo un abanico de lo más colorido. Es como si vivieran en una realidad paralela donde ellos siempre son inocentes y los demás siempre son los culpables. Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué se aferran a esa actitud tan infantil? Las razones pueden ser muchas. Inseguridad, falta de autoestima, miedo al castigo …
El problema de esa actitud del «¡yo no he sido!» en la edad adulta es que nos impide madurar y aprender de nuestros errores. Si ante el más mínimo contratiempo siempre estamos culpando a los demás o a las circunstancias externas, nunca terminaremos por asumir totalmente la responsabilidad de nuestras acciones y es poco probable que en algún momento tomemos las medidas necesarias para mejorar. Además, esa actitud puede llegar a generar desconfianza y resentimiento en las personas que nos rodean. Porque, seamos sinceros ¿a quien le gusta estar cerca de alguien que nunca admite sus errores.
Así que, si de vez en cuando se nos escapa como primera reacción un «yo no he sido» de forma inconsciente, deberíamos de reflexionar sobre ello y preguntarnos por qué nos cuesta tanto asumir la responsabilidad de ese error. Y, sobre todo, recordar que negar la realidad no nos librará de las consecuencias. Si en algún momento hemos metido la pata, asumir la responsabilidad de nuestros actos no significa que tengamos que flagelarnos y sentirnos culpables eternamente. Es más bien señal de que somos adultos con la madurez suficiente como para reconocer nuestros errores y aprender de ellos. Y creedme queridos lectores, nuestro entorno valora mucho más un “he sido yo, lo siento” sincero que mil “yo no he sido” dichos de forma precipitada para escurrir el bulto.