Conversaciones con mi coche: ¿Te suena?
El otro día me pillé a mi misma en mi puesto de trabajo hablando con mi ordenador, que esa mañana había decidido ir extremadamente lento (y eso que ni siquiera era lunes ya, que podría haberlo justificado un poquito). Cuando de repente cobré conciencia de que estaba ahí dándole ánimos, en plan “venga, que tu puedes … ábreme ese archivo, bonito” a un objeto inanimado, fue cuando realmente caí en la cuenta de que suelo hacerlo con relativa frecuencia, además de mantener unas charlas de lo más animadas conmigo misma. Con esta confesión mía el atento lector quizá piense que Flossy ya esté empezando a perder la chaveta, que quizá debería de consultar con un psiquiatra … o quizá (y sinceramente, espero que esa sea la reacción mayoritaria) se sientan un poquito identificados con éste hábito tan peculiar mío y me hagan sentir menos rara.
Es un poco como cuando de niña solía contarles mis secretos, miedos y sueños a mis peluches. A medida que crecía por lo visto no dejé de lado del todo ese hábito, simplemente lo trasladé a objetos más cotidianos. Tampoco es que me pase el día manteniendo animadas charlas – monologo con objetos inanimados, no, son momentos puntuales cuando el aparato en cuestión no responde como debiera y la verdad es que en esos momentos me da igual el objeto que sea, hablo con el ordenador, con el coche, con la cafetera… ¡Incluso con la lavadora si es necesario!
Ya lo mencionaba en la introducción, pero el ordenador (sobre todo el del trabajo) y yo tenemos una relación, digamos que tensa y es que en el transcurso del tiempo, jornada laboral tras jornada laboral, hemos vivido muchos momentos. Cuando tarda en abrirme ese archivo que necesito imprimir urgentemente (que por cierto, empieza a ocurrir con más frecuencia últimamente .. ¿será la edad?) no es extraño escucharme decir cosas cómo “pfffff ¡venga hombre! Que no tengo todo el día”. Lo peor es que cuando le hablo así juraría que se pone peor, como si se hubiera ofendido, colgándose y no respondiendo. Es en esos momentos cuando hago gala de una diplomacia infinita “Anda, por favor, ordenador bonito ¿podrías colaborar?”. A veces funciona, a veces no, pero al menos tengo la sensación de haber hecho las paces.
Otro con el que hablo mucho es el coche y es que, aunque no sea ni muchísimo menos un trasto viejo, ya empieza a tener algunos añitos y hemos recorrido alguna aventura que otra juntos. En ocasiones, después de pasar con éxito por algún tramo, digamos que “complicado”, ahí estaba yo acariciando el volante y diciéndole “muy bien hecho pequeña, yo sabía que tú ibas o poder”. Cuando hablo con mi coche, lo hago con toda naturalidad, lo mismo le suelto un “Venga, vamos … no me dejes tirada, ahora no” cuando alguna mañana fresquita le cuesta arrancar, que después de una lluvia con calima, tan frecuente de un tiempo a esta parte en mi zona, le digo “Ay, madre mía .. que pintas traes .,. no te preocupes, que ahora de camino a casa paramos en el lavadero”. Y es que, a mi coche lo quiero mucho, casi, casi es como un miembro más de la familia.
Podría seguir enumerando objetos con los que hablo y hacer de esta una lista larga y aburrida. Desde palabras de agradecimiento a la cafetera mientras se esmera en preparar el café mañanero tan necesario para terminar de despertar, hasta alabanzas dirigidas a la lavadora mientras saco la colada reluciente, raro es el objeto en mi día a día que no se lleva una pequeña charla o al menos algún comentario cuanto nuestros caminos se cruzan.
Pero no sólo hablo con objetos, no. También hablo mucho con mis gatos (que por cierto, al contrario de la fama que tienen son magníficos escuchando), con las macetas de mi balcón y además mantengo unas conversaciones de lo más interesantes conmigo misma, como si charlara con una amiga de toda la vida. Me doy consejos, me pregunto cosas y, por supuesto, me respondo, que aquí no se queda nada en el aire. Mi versión interna me da ideas todos los días y, la verdad, se le ocurren cosas muy sabias. ¡Serán los años y la confianza!
No sé si serán normal o preocupantes esas charlas, pero en el fondo estoy convencida de que no soy, para nada, la única. Además, hablar con las cosas puede ser una buena terapia para expresar nuestros sentimientos o incluso liberar emociones, desahogarnos cuando estamos tristes o expresar alegría cuando estamos contentos. Hablar con las cosas, aunque pueda sonar extraño, también me ayuda a ser más creativa, a encontrar ese empujoncito de inspiración que me faltaba. Además, en el fondo tiene su encanto, hablar con objetos o con una misma es una forma de hacer la rutina un poquito más divertida y llevadera. Y bueno, si al final un día algún objeto llega a contestarme… ahí ya sí que me preocuparé.
Una encantadora y desenfadada confesion de algo que estoy seguro que todos hacemos de vez en cuando