¡Bienvenidos a la temporada de los buenos propósitos!
¿Cómo están mis queridos lectores en este nuevo año que acaba de comenzar hace apenas unos días? Espero que todos hayáis pasado con éxito y felicidad este maratón de celebraciones y buenos momentos en familia. A falta ya solamente de la llegada de los Reyes Magos de Oriente esta noche, confío en que estáis listos para la vuelta a la rutina y para enfrentar lo que sea que nos tenga reservado el 2024.
Tras el balance a 31 de diciembre de los 365 días del año que dejamos atrás, para muchos de nosotros, si no para la inmensa mayoría, el comienzo de año suele ser también el momento idóneo de comenzar con todos esos proyectos y cambios que tenemos el firme propósito de poner en práctica. Nos entusiasmamos confeccionando esa lista de esos buenos propósitos que tenemos la intención de cumplir a rajatabla con la llegada del 1 de enero. Pero, queridos lectores ¿Cuántos de nosotros realmente logramos llevarlos a cabo? ¿Cuáles son los buenos propósitos que invariablemente están entre los “top ten”? ¿Por qué nos cuesta tanto cumplirlos? Vamos a adentrarnos un poco más a fondo en este fascinante mundo de promesas incumplidas y sueños postergados.
Al más puro estilo de “me pongo a dieta el lunes”, cada enero el espíritu optimista y la esperanza renacen en nuestros corazones y los buenos propósitos fluyen como mantras de bienestar y superación personal. La lista de intenciones suele estar repleta de buenos deseos que prometen transformar el año en uno de logros y realizaciones, en el que por fin le mostraremos al mundo nuestra mejor versión. Sin embargo, no suele pasar mucho tiempo, semanas quizá, para que nuestra realidad se imponga. Nuestro día a día, con sus giros que no vemos venir y sus exigencias y compromisos constantes, se afana en desdibujar esos propósitos que tan firmemente establecimos. Con la vuelta a la rutina, los días se vuelven caóticos, el tiempo se nos escurre entre los dedos entre compromisos e imprevistos y los buenos propósitos se terminan desvaneciendo como pompas de jabón al viento.
Entre los clásicos absolutos de los buenos propósitos, incluso diría que rondando el número uno, está el de ponernos en forma, de hacer más ejercicio. Año tras año, en las primeras semanas las probabilidades de que nos apuntemos a un gimnasio, compremos el kit completo de ejercicio para hacer en casa o que nos abonemos a la app de pago que nos promete
que para marzo estaremos que quitaremos el hipo si empezamos hoy mismo son infinitamente más altas que en otras épocas del año. Empezamos, por supuesto con muchas ganas, pero … en algún momento aparecen los peros, ocasionales y sutiles al principio, pero que con el tiempo nos llevan a espaciar cada vez más los tiempos entre una sesión de ejercicio y otra. Encontramos mil y una justificaciones de porque hoy no podemos “hoy he quedado con esa amiga a la que hace mil años que no veo”, “mañana tengo una comida de trabajo y se me hará tarde”ó “buff, con la semana que llevo, la verdad es que no me apetece nada” y si nos descuidamos para marzo, en lugar de estar de escándalo tal y como nos prometía la app de pago, hemos abandonado ya del todo este nuevo hábito.
Luego está la resolución de ser más organizada. ¡Ja! Todos, pero todos los fines de año me propongo organizarme mejor y desde hace unos años, en cuanto llega el mes de diciembre, me compro una flamante agenda. De hecho la que he comprado para este 2024, con mucho espacio para notas en cada mes, frases motivadoras y retos a cumplir en el mes en cuestión la tengo aquí, al lado del pc y de momento parece que la la estoy utilizando (ya os contaré si conforme avanza el año va acumulando polvo o no). Lo he intentado en años anteriores, he utilizado aplicaciones, he optado por agendas más pequeñas para llevar en el bolso y ya ni recuerdo que otras herramientas he utilizado para intentar organizar mejor mis cosas, pero hasta ahora a más tardar para Semana Santa, esas herramientas terminaron por caer en el olvido y yo acababa “organizando” mis cosas como siempre con notas en el calendario de pared y notas pegadas a la nevera. La buena intención está ahí, pero mi particular desorden es más fuerte.
Ah, y tampoco olvidemos el clásico “ahorrar dinero”. Desde el “aparta un tanto por ciento de tus ingresos”, pasando por “guarda en una hucha todas las monedas de 2€ que caigan en tus manos”, hasta “anota minuciosamente tus gastos e ingresos y destina solamente determinados porcentajes a cada partida” creo que he probado todos y cada uno de los métodos de ahorro de los que se haya podido oír hablar.
Pero cada vez que parece que vaya por el camino correcto, el Sr. Murphy se acuerda de mi y cuando no es un imprevisto lo que merma el mini-colchón que he conseguido ahorrar, es la compra de una ganga que “definitivamente necesito” a la que no puedo resistirme. Al final, tanto mi cuenta bancaria, como mi tarjeta de crédito y yo hemos llegado a un acuerdo tácito: Yo compro y ellas se resignan a que es inevitable.
Y así podríamos seguir ¿verdad? Buenos propósitos de leer más, comer de forma más saludable o meditar, por ejemplo. Todas ideas maravillosas que, de llevarlas a cabo, sin duda contribuirían a nuestro crecimiento personal, pero luego la vida nos lanza bolas curvas que nos hacen procrastinar. Pero entonces, ¿por qué nos hacemos esos propósitos una y otra vez aún sabiendo que las probabilidades de éxito no son muy altas? ¿Acaso somos seres incapaces de comprometernos con nuestro propio bienestar? Quizá, querido lector, a menudo pongamos el listón de nuestros buenos propósitos demasiado alto, marcándonos metas y plazos poco realistas y poco compatibles con nuestra realidad del día a día. Si nos proponemos salir a correr 10 kilómetros todos los días a la vez que vamos a abordar el proyecto de dejar de fumar y adelgazar 15 kg en dos meses, todo a partir del día 1 de enero, tenemos muchísimas papeletas para desanimarnos a medio camino y abandonar esta misión imposible. Quizá no se trate de intentar cumplir propósitos poco realistas sin más, si no de intentar mejorar un poco cada día independientemente de la época del año, de abrazar la vida tal y como es, con sus altibajos y sus momentos de debilidad.
Así que aquí estoy, empezando el 2024 con una sonrisa y una lista de propósitos, de los que algunos probablemente en febrero, como la mayoría de los años, ya hayan caído en el olvido. Pero sabéis qué? En el fondo no me importa. La vida está llena de sorpresas y oportunidades y, a veces, las mejores cosas suceden cuando menos lo esperamos. Cada nuevo día es una página en blanco para ser escrita con nuestras intenciones y nuestras acciones. ¡Así que brindo por una año lleno de buenos momentos y la valentía de hacer propósitos aún a sabiendas que no los podremos cumplir todos! Y recordemos, los propósitos de Año Nuevo son más que simples promesas: son el reflejo de nuestra eterna búsqueda de crecimiento y realización.